Del miedo a la herramienta: un nuevo vínculo con la IA.
¿Por qué le tenemos tanto miedo a la inteligencia artificial? Tal vez porque llegó demasiado rápido, sin pedir permiso, y nos puso frente a preguntas que no estábamos preparados para responder. La IA despierta un miedo particular, un miedo que mezcla desconfianza con la sensación de no estar a la altura. Detrás de esa inseguridad suele esconderse el temor a quedar afuera, a no entender lo suficiente, a ser superados por una herramienta que parece saber más que nosotros. También toca algo más profundo: nuestra identidad profesional. De pronto, surgen dudas como “¿qué lugar ocupo si una máquina puede hacer parte de lo que hago?”. Ese miedo no es tecnológico, es existencial. Y se potencia con la idea de perder control, alimentada por años de películas, titulares exagerados y discursos apocalípticos que nos metieron en la cabeza que las máquinas algún día van a gobernarlo todo.
Pero negar la IA no la hace menos real ni menos útil. Al contrario: cuanto más la rechazamos, más sentimos que nos pasa por encima. La pregunta no es si la IA va a cambiar el mundo —porque ya lo está haciendo— sino qué lugar queremos ocupar en ese cambio. Y ahí aparece una alternativa más sana: dejar de verla como amenaza y empezar a verla como herramienta. No viene a suplantar lo humano, viene a potenciarlo. La creatividad, la empatía, el criterio, la sensibilidad, la ética… eso sigue siendo nuestro. La IA puede ayudar, acompañar, acelerar procesos, abrir oportunidades, pero no puede reemplazar lo que nos hace humanos.
Entonces, ¿cómo pasamos del negacionismo a la aceptación? Primero, con conocimiento. El miedo se achica cuando nos animamos a probar, a jugar, a explorar qué hace y qué no hace. Segundo, entendiendo que no se trata de una competencia: no es “persona versus máquina”, sino “persona + herramienta”. Como un martillo no reemplaza al carpintero, la IA no reemplaza a quien la usa con inteligencia. Tercero, formándonos sin culpa. Aprender no es rendirse, es prepararse. Y por último, construyendo una relación equilibrada: ni adoración ciega ni rechazo total, sino criterio, límites y propósito.
Aceptar la IA no es resignarse, es evolucionar. Es reconocer que el mundo cambia, que nosotros cambiamos, y que siempre habrá algo nuevo que incomode. Lo importante es no quedarse quietos. El futuro no está escrito por algoritmos: lo seguimos escribiendo nosotros. La IA, simplemente, puede ser una buena herramienta para hacerlo un poco mejor. ¿No es hora de dejar de temerle y empezar a usarla a nuestro favor?
Comentarios
Publicar un comentario