Enseñar entre ruidos: la docencia en un mundo que no se detiene.

La realidad de las aulas actuales pone en tensión la idea tradicional de que el conocimiento teórico es suficiente para ejercer la docencia en el nivel secundario. Hoy, los y las adolescentes transitan espacios profundamente transformados: aulas atravesadas por la hiperestimulación, el acceso irrestricto e instantáneo a información, y nuevas dinámicas sociales y familiares que modifican valores, modos de vincularse y expectativas sobre la escuela. En este escenario, la teoría pedagógica –aunque imprescindible– resulta claramente insuficiente.

Los estudiantes crecen en un entorno saturado de estímulos, donde la inmediatez y la fragmentación de la atención son parte del paisaje cotidiano. Esto desafía directamente la tarea docente, que no solo debe transmitir contenidos, sino competir con un universo digital que opera con otras lógicas, ritmos y lenguajes. La dificultad para captar la atención de los adolescentes no es un problema de “falta de vocación” ni de “poca autoridad”: es una consecuencia directa de un ecosistema informacional que desborda cualquier marco teórico aprendido en la formación inicial.

A esto se suman las transformaciones en los valores transmitidos por muchas familias. La flexibilización de límites, la sobrecarga laboral de los adultos y la delegación involuntaria de funciones en la escuela hacen que los docentes deban ejercer un rol que excede ampliamente lo académico. Paradójicamente, los mismos adolescentes que desafían los límites son quienes más los demandan –aunque lo hagan de manera inconsciente–, buscando referencias adultas que contengan, organicen y orienten. Sin embargo, estos límites muchas veces no llegan desde la casa, y la escuela queda sola intentando sostenerlos.

Por otra parte, gran parte del currículum resulta obsoleto para los ojos de los estudiantes. Programas rígidos, poco vinculados con la vida cotidiana y con escasa actualización, generan la percepción de que la escuela es “aburrida”, “poco útil” o “desconectada de la realidad”. La desmotivación estudiantil no es un problema individual: es el síntoma de una institución que no ha logrado reconfigurarse al ritmo de las transformaciones culturales y tecnológicas de su tiempo.

La escuela, como caja de resonancia social, ya no solo enseña contenidos: sostiene emocionalmente, acompaña procesos subjetivos complejos, interviene en problemáticas sociales e incluso cubre funciones de cuidado. En esta multiplicidad de demandas, el tiempo para enseñar los saberes ministeriales se reduce y se vuelve insuficiente. Paradójicamente, y a pesar de la complejidad de este escenario, el Ministerio suele aparecer de manera distante: propone contenidos, pero no siempre ofrece estrategias concretas, actividades actualizadas o herramientas de intervención acordes a la realidad cotidiana de las aulas.

Frente a estas transformaciones profundas, es evidente que el conocimiento teórico por sí solo no alcanza. Hoy se requiere una formación situada, práctica, flexible y sostenida; una política educativa que acompañe efectivamente a los docentes en el territorio; y una escuela capaz de reinventarse sin perder su sentido. La docencia se ha vuelto, más que nunca, un ejercicio integral que combina saberes pedagógicos, habilidades socioemocionales, gestión del aula, lectura institucional y una enorme capacidad de adaptación. La teoría es un punto de partida necesario, pero está lejos de ser el punto de llegada. 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Que tal si frenamos un rato?

Del miedo a la herramienta: un nuevo vínculo con la IA.