Fanfarrón, tanguero y camionero.
Hace dos años, un 25, Navidad.
Me despertaba de la siesta renovadora y curadora de la resaca de la noche anterior.
Un llamado, un aviso, un rayo en medio de la tormenta que me despabiló por completo.
—Buenas tardes, ¿familiar de René Bernardi? —dijo la voz del teléfono.
—Sí, soy su nieto.
—Mis condolencias. Tengo que comunicarle que René falleció hace una hora.
Levanté la mirada. Tenía a Ciro enfrente, leyendo un libro. Entendió todo automáticamente.
—¿Sí? —me dijo.
Solo atiné a confirmarle moviendo la cabeza.
En ese microsegundo nos recargamos —o nos recargaste— de una fuerza que al principio no sabíamos de dónde había salido. Nos tocaba una tarea tan importante como difícil: decirle a la vieja que su padre había fallecido. Decirle a nuestra hermana que su abuelo había partido. Sí, en Navidad.
La paradoja de la vida: la vida y la muerte fundidas en un mismo día.
Nos acercamos a la pieza. Mi vieja dormía. La despertamos con mucho cariño y le dimos la noticia. En ese momento se vislumbró un gran cambio de roles: nosotros, sus hijos, intentando cuidarla. Llanto mezclado con trámites, distancia, y en el medio seguíamos en Navidad.
Un tango perdido en el ambiente marcaba fuerte tu presencia.
Un vaso de vino para brindar por tu vida se mezclaba con un par de hielos.
Fanfarrón, curtido, familiero, tanguero y camionero.
La ruta la tenías tatuada en la piel, en la vista y en el corazón.
El tango, tu gran compañero: tu sangre, tu ritmo de vida, tu refugio.
Un día me hablaste, me miraste, y en pocas palabras me hiciste entender que no te ibas a quedar a vivir una vida que no podías vivir. Que en el momento en que la vida te quisiera encerrar, vos ibas a partir.
Porque siempre fuiste libre.
Fuiste camino.
Fuiste viento.
Hoy te recuerdo, levanto mi vaso al cielo y brindo por vos, por tu vida y por tus enseñanzas.
Comentarios
Publicar un comentario