“Dejá, ya fue”: la trampa dulce de la autoexplotación
“Dejá, ya fue.” Esa frase que suena a paz, a soltar, a no discutir… es, muchas veces, la puerta de entrada a la autoexplotación. Nos convencemos de que si no lo hacemos nosotros, no lo hace nadie . Y ahí empieza la pendiente: tareas que no nos corresponden, funciones que nadie nos reconoce, responsabilidades que aceptamos casi por reflejo. ¿El resultado? Te pagan igual, pero trabajás el doble. Y encima agradecés. En una sociedad que repite que todes queremos ser “iguales”, se nos olvida decir iguales ¿a qué ? A un molde de productividad sin descanso, a una idea de sacrificio infinito que no contempla cuerpos, emociones, cuidados ni desigualdades. Un molde que, como decía Marx, nos aliena de lo que hacemos y de lo que somos. Y ojo. Detrás de muchas “buenas intenciones” se esconden lobos: jefes, instituciones, dinámicas laborales y sociales que necesitan corderitos obedientes, siempre dispuestos, siempre disponibles. Que te quieren gris, silencioso, funcional. Que celebran tu ent...